lunes, 23 de abril de 2012
Recomendaciones para jugar con niños con trastorno severo de lenguaje
Es necesario recordar que el primer paso será siempre, desarrollar la acción conjunta, que permita el juego colaborativo, simbólico y social.En el caso de que existan pocas habilidades comunicativas y/o verbales se recomienda:
■Escoger un material simple, que pueda ser manipulado fácilmente por el niño.
■Usar juguetes que permitan alternar turnos (encajes, puzzles, muñecos).
■Usar animales de juguete, muñecos y objetos cotidianos para construir acciones cotidianas dentro del juego (lavar, comer, dormir, etc.).
■Intentar mantener la actividad con un solo tipo de materiales o situación por al menos 5 minutos.
■Usar un lenguaje simple, de frases cortas, indicando y nombrando los objetos a usar, de modo reiterativo, para que el niño entienda claramente y pueda incluso repetir algunos gestos o palabras.
■En ocasiones, jugar en espacios reducidos y con pocos objetos, para que el niño atienda a las acciones y las personas de modo regular.
■Incorporar nuevos juegos o materiales de modo progresivo, pero lento, para diversificar los intereses del niño.
■Premiar con abrazos o elogios el buen comportamiento.
■Ante rabietas, pataletas o agresiones, suspender el juego. Conviene hacerlo ordenar todo (le guste o no) a modo de consecuencia negativa de su mal comportamiento. Ofrecerle volver a jugar una vez calmado.
Para el caso de niños con habilidades verbales:
■Escoger juegos o materiales que permitan turnos, roles y que puedan incorporar lenguaje.
■Equivocarse para que el niño nos corrija.
■No entender, para que el niño nos explique.
■Negociar reglas de conducta como normas del juego (el que habla, se para, etc., pierde).
■Otorgar el rol directivo al niño para que verifique si lo hacemos bien o cumplimos las normas.
■Variar la frecuencia de triunfos y derrotas. Cuando el adulto pierde, mostrarle al niño diversas formas de reacción frente a la frustración, para luego incorporarlas a las normas de conducta.
■Variar las personas o pares que puedan ser incorporados a los juegos. Es importante recordar que la emoción surge de la interacción entre los aspectos biológicos heredados y las maneras de vincularse con los demás.
Por esta razón, siempre que nos encontremos frente a un niño o niña con problemas de lenguaje y comunicación, el mayor esfuerzo para la interacción habremos de ponerlo nosotros, ayudando a los menores a observar, identificar y manifestar todo tipo de emociones, para que puedan construir un desarrollo social y afectivo lo más completo posible.
Por último, nuestra actitud debe ser regular, coherente con los límites que vamos poniendo y con un sentido gradual de exigencia. Generalmente, los logros son progresivos, por lo cual, los adultos necesitamos, tanto como los niños, prepararnos para enfrentar la frustración frente a las dificultades que el manejo conductual presenta, a terapeutas, profesores y, por sobre todo, al entorno familiar. Este último, debe actuar de manera concertada, apoyando no sólo la terapia, sino, que también, los límites y reglas que los padres proponen, ya que son estos últimos, los que deben y necesitan convivir diariamente con sus hijos/as y sus dificultades.
El juego y el manejo emocional
Otro aspecto a considerar a favor del juego, es que jugar es muy distinto de frustrarse. Jugar es hacer lo que me gusta, es aprender a disfrutar lo que me cuesta un poco más, hasta hacer del aprendizaje algo entretenido y, por tanto, algo que me permite compartir con personas, aun cuando exista un alto nivel de exigencia social.
De este modo, más que imponérseles reglas de comportamiento, son los niños quienes incorporan de modo natural ciertas conductas y actitudes, sin necesitar un control estricto, rígido o agresivo por parte del adulto.
Para el caso de niños con trastornos mayores, el hecho de enseñarles a jugar de modo diferente con un mismo objeto, o a manipular diversos materiales, permite que aumente el rango de intereses y motivaciones, a la vez que ayuda a desarrollar una conducta y emocionalidad más flexible. Esto resultará a la larga en niños cuyo comportamiento entrega más elementos para poder trabajar o estimularlos, junto con el hecho de tener mayores oportunidades de ser consolados y poder así manjar la frustración frente a las dificultades cotidianas.
Un niño que usa una mayor variedad de objetos (vasos, cepillos de dientes, lápices, bloques, autos, muñecos, etc.), no sólo puede entretenerse más, realizar más acciones en su mundo físico, sino que además, entrega más oportunidades para interactuar con él, debido a que tiene más objetos de atención y motivación. Un niño que hace más cosas, por sencillas que sean, está más en el mundo, pide más cosas y mira más acciones o situaciones.
El hacer algo, siempre implica cambios neurológicos y fisiológicos, los cuales son interpretados por el organismo como una emoción. Tal emoción surge de manipular objetos, sentir cómo el cuerpo se mueve, percibir colores, formas, texturas y escuchar las voces que nos alientan, las caricias que nos premian y los abrazos que nos transmiten la emoción de quien nos cuida.
Un niño que hace más cosas, tiene más emociones. Si es observado y premiado socialmente, tiene emociones positivas construidas en la interacción con otros. Comienza a hacerse “adicto” a tener atención y a interactuar de manera positiva con los demás. Es muy frecuente que luego de unas semanas de juego y acción conjunta, muchos niños miren más, requieran atención social, manipulen de otra forma objetos comunes u ofrezcan los objetos al adulto como una forma de invitarlos a participar de una actividad.
Es fundamental que cada niño/a pueda interesarse por muchas cosas, compartir actividades con otros y poder participar por períodos de al menos 5-10 minutos en cada juego. A esta capacidad básica para la interacción humana se le llama Acción Conjunta y, como ya señalamos en otro capítulo, corresponde al primer objetivo a desarrollar en casi la mayoría de los niños con dificultades de comunicación o interacción social.
Luego de lograda, la acción conjunta permite generar instancias de juego colaborativo, alternancia de turnos y roles y compartir juego simbólico. Todo esto estará mediado por la comunicación no verbal y el lenguaje, facilitando el aprendizaje significativo y funcional. Es importante que lo que se aprende, sobre todo en relación al lenguaje y la comunicación, le sirva a los niños para obtener cosas, acciones , información o atención, a la vez que puedan usarlo para dar órdenes, modificar la conducta de los demás o comprender sus propios estados emocionales.,
Más adelante, en el desarrollo, podremos jugar con las emociones, mostrando caras de pena, cansancio, enojo o haciendo reír o llorar a muñecos. Jugaremos a consolar, alimentar y cuidar a muñecos o a los adultos o simplemente, nos haremos cariños de cuando en cuando, cada vez que se realiza una acción requerida, manteniendo una constante estimulación emocional en beneficio del desarrollo afectivo y social de los niños.
Recordemos que a los padres nos está permitido jugar, más ahora que sabemos los beneficios fisiológicos, cognitivos y emocionales de la actividad lúdica. Volver un poco a ser niños nos ayuda a ponernos en el punto de vista de nuestros hijos y disfrutar con cosas tan simples como una caja, unos muñequitos o saltar desde un escalón.
Antes de tener trabajo, casa y responsabilidades, nuestra vida se construyó en el descubrimiento cotidiano de las posibilidades infinitas de jugar en cada rincón, con cualquier objeto y con cualquier persona. Una vez estimuladas la Acción Conjunta y el Manejo Emocional, podemos volver a disfrutar cotidianamente del juego con nuestros hijos y descubrir que el esfuerzo ha valido la pena, por esos momentos especiales, que ninguna otra persona conoce o disfruta, sólo nosotros.
Extracto del capítulo VI del libro Mi hijo no habla
© Miguel Antonio Higuera Cancino, todos los derechos reservados.
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